In memoriam

 

Cuando nacemos, tenemos un corazón chico que se va agrandando con cada persona a la que amamos. Pero cuando se van, ya no vuelve a encogerse. Ese boquete queda ahí, y aunque deje de sangrar, de vez en cuando pega un berrío y nos recuerda ese vacío de cicatrices queloides que tiran y duelen.

-«¡Así no se barre! Barre p’alante. ¿No ves que si no te echas la mugre en los pies?»

Mi madre era una mujer especial. Tan especial como todas las madres. Siempre me llamó la atención que en su antiguo DNI pusiera de profesión «sus labores», haciéndome ver que las mías serían las de trabajar de sol a sol en el campo para llegar a casa y limpiar, cocinar, coser, educar, regar las plantas, preparar algún que otro dulce, sisar de la cesta de la compra para comprarnos algún que otro capricho…

-«Tú trabaja. Aunque tengas un marido millonario, trabaja para que no tengas que pedirle dinero si te apetece comprarte una barra de labios»

Optimista, alegre, niña revoltosa, madre confortadora y animosa, jamás la vi ociosa. Sus manos tejían, bordaban, cosían, cocinaban o cuidaban sus plantas.

-«… y nos llevamos aguja e hilo y cosimos la ropa de la gente, unos a otros, mientras veían la procesión de «El Abuelo»

-Pero y ¿qué os hicieron?

-Nada, porque nos fuimos corriendo y lo vimos todo desde lejos. ¡Jajaja!…

Imagino que como cualquier persona, tendría sus momentos bajos, pero jamás dio muestras de ello. Las excusas para ella eran la peor de las enfermedades. 

-«Hace más el que quiere que el que puede. Ya verás como todo se arregla. Tú no lo dejes y sigue adelante, que con ganas se consigue lo que se quiera».

Siempre le gustó celebrar y reunir a la familia alrededor de la mesa. Santos, cumpleaños, Navidad, Semana Santa, un postre diferente que había visto en la tele, las canastas de magdalenas o mantecados que hacía en el horno de la Calle Empredrá, donde yo la acompañaba con mi muñeca bajo el brazo y donde veía cómo discutían porque siempre había una listilla que llenaba su canasta de dulces con los ajenos, o una mañana de verano que se le antojara especial y en la que nos despertaba con unos roscos fritos.

-«A ver dónde los escondo, porque como empecéis a meterle mano no llegan a Nochebuena»

Sus manos eran las manos trabajadas y curtidas por el trabajo en el campo, pero se convertían en las más delicadas cuando cocinaba. Ese olor a su pepitoria, a sus alcachofas rellenas, sus potajes, el tomate frito del almuerzo de media mañana, cuando mi padre volvía del campo en verano.

Siempre le gustó probar platos nuevos. La televisión, amiga inseparable en sus tardes de costura, le dejó mil recetas apuntadas en cualquier papel que encontrara a mano, aunque ninguna superó su arroz con leche, sus croquetas, sus gachas o su alfajor.

-«Mamá, ¿cuántos gramos de harina lleva?

-La que admita. Tú vas echando hasta que veas que está bien

-Pero mamá, eso no puedo ponerlo en el blog, ¡tengo que poner una cantidad! 

-¡Ay, hija! si eso se ve cuando la vas removiendo!!»

Una semana antes de casarme, me senté con ella y anoté sus recetas: sus habichuelas, sus lentejas, su arroz con pollo, sus gachas, sus espinacas esparragás, su arroz con leche….

-«Mamá, he abierto un blog. Es como un bloc de recetas, pero en internet, para poner todos los platos y no tener que apuntárselos a los demás. ¡Y lo están viendo personas que no conozco!

-Pues tienes que poner las recetas de aquí. Escribe la salsilla de habas, o el potaje de habas y berenjenas, que esos se van a perder. Y no te olvides de la sopa de ajoblanco o la pipirrana, para que tus hijas aprendan a hacerlas».

Hasta el último momento me sorprendía con recetas que iba recordando de mi abuela. Platos que incluso ella dejó de hacer por llevar algún ingrediente que no le gustara.

-«Mi madre hacía unas croquetas con los garbanzos del cocido. Los machacaba y los ligaba con huevo, formando croquetas, que freía después. Estaban ricos, pero le echaba cilantro, y a mí esa hierba no me gustaba nada. 

-Mamá, ¿la abuela hacía falafel? 

-¿Eso qué es?  ¡croquetas de garbanzos!, eso se hacía antiguamente, que mi madre las aprendió de mi abuela. ¡Yo no sé qué son esos nosequé que dices!

Mi blog tiene un 99% de ella. De sus sabores, su forma de cocinar, su «harina la que admita» y demás cantidades que tuve que ir adaptando para poder publicarlas. De ella partió que en lugar de convertirse en un batiburrillo de platos de todos los estilos se convirtiera en un recetario tradicional, haciéndome buscar recetas de la provincia con los que a veces la sorprendía yo a ella.

-Cuando venían los guardeños a trabajar en lo de Quirós, ellas hacían unos jarapos muy ricos, pero le echaban mucho picante. ¡Cómo se enfadaba el Tío Luis cuando los hacían! Pero la Celia y yo le decíamos que le echaran más para reírnos» 

Con ella aprendí costumbres que ni imaginaba, como lo de echar gachas de harina y agua en las cerraduras (-«Eso era mala leche, porque cuando se secaban, no había forma de limpiarlas») o lo de tallar calabazas para el Día de los Santos.

-El tito Antonio puso una calabaza con una vela dentro, colgada de un olivo. Cuando padre subía para la Casería, la vió a lo lejos y se asustó tanto que subió la verea corriendo, diciendo que había visto un fantasma. ¡Cualquiera le decía nada! Así que esa noche, sin que el abuelo se enterara, bajó a quitarla porque sabía que le podía caer una buena»

Siempre tenía una historia o algún chascarrillo que contar y de los que por desgracia, sólo guardo en mi memoria algunos. Pero dan para escribir un libro. Aunque sólo aprendió las cuatro reglas matemáticas y a leer y escribir lo justo, le gustaba leer poesía. Tanto que se sabía varios poemas de memoria, además de las coplillas antiguas que les enseñaron sus mayores. 

-«Ajoblanco se perdió en el campo

Su hermano Gazpacho lo salió a buscar

Lo encontraron en casa Carnerete

Haciendo Rin-Ran para merendar»

Mi madre se me fue hace muy poco. Su última salida a la calle fue al Camarín de Jesús, el Sábado de Gloria, obligada por mi hija y por mí, -«¡Que me vais a tirar! ¡Pero no véis el jaleo que estáis montando! ¡Dejadme en la casa!- Pero su cara decía lo contrario: pasear por la Catedral, que no había visto desde que su nieta se casara hace años; ver las calles donde paseó de niña y vivían algunos de sus familiares.

«-¡Qué cambiado está todo! …Mira allí vivía mi tío… Por ahí bajaba para ir a casa de mi prima… ¡Llévame por la Calle Almenas, que quiero ver cómo está!

-Mamá que hay adoquines antiguos y son profundos, que las ruedas de la silla se quedan atascadas!

-¡Que no! Que me lleves por ahí….

-¿Y ahora qué hacemos? Que tenemos que ir piedra a piedra sacando las ruedas!…

Pocos días después, se fue. Dejando un agujero en nuestros corazones tan grande como la Iglesia de San Ildefonso, donde iba cada domingo con mi padre a ver a la Virgen de la Capilla.

Este artículo no es para ella, es para mí,  para intentar echar cicatrizante en ese agujero, que no para de sangrar. No voy a enviar besos al cielo, porque se los di todos cuando la tenía conmigo. Al cielo, sólo pido que la cuide, le quite el miedo y el dolor, y la haga feliz.

3 comentarios en «In memoriam»

  1. Preciosa entrada, cuanta similitud a la vida de mi madre, de todas las madres de esa generación, me he emocionado y me he reído, «harina la que admita» , «de orégano? Un poquito » así me da mi madre las recetas, un abrazo fuerte y esa última foto lo dice todo ¡

  2. Gracias, muchas gracias. No sé si me ayudará, pero tenía que intentarlo. Un besazo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.